martes, 18 de enero de 2011

Sin Identidad

“Sin identidad”

Así era mi existencia: un continuo deambular por el mundo que me había dado la vida, pero que me había privado de mi identidad. Y esas preguntas insaciables volvían una y otra vez a repiquetear en mi interior:
“¿Quién soy…de dónde vengo…hacia dónde voy?”
Mi familia me dio un nombre: “Fulano de tal”.
Pero nada más que eso.
Un nombre que sólo me identificaba con el medio ambiente donde había nacido, con aquellos que me rodeaban.
Un nombre al fin, como para decir que era alguien, como para justificar mi presencia, como para no pasar desapercibido. Un nombre como punto de referencia para las leyes y costumbres de los hombres, pero nada más…
Porque al fin de cuentas ese nombre sólo me ayudó a que los grandes interrogantes de la vida se agigantaran.
Claro…ahora era alguien. Una forma de identificarme -diría yo- “por fuera” solamente, para la sociedad que me rodeaba. Para que supieran que este hombre de carne y hueso era “Fulano de tal”.
Pero a mi ese nombre, sólo ese nombre, no me bastaba. Ese nombre no me identificaba conmigo mismo. No respondía a las exigencias que bullían en mi interior.
Porque me sentía extraño en mi propio mundo. Algo me decía que había sido creado para cosas trascendentes y eternas.
Mis ansias de vida, de paz, de perenne felicidad, me hablaban a las claras de que todo este universo que se abría ante mis ojos me tenía que dar una respuesta.
Todo esto tan hermoso que anhelaba no se podía esfumar como un simple sueño. En algún lado, en alguna parte tenía que existir un “algo” que me identificara con el cosmos, con la eternidad. Algún lazo de unión. Un puente. Un cordón umbilical…
¿Dónde hallarlo? ¿En Dios? Podría ser…
A veces pensaba en lo bello y hermoso que sería un día palpar su presencia.
¡Y en esa dulce presencia hallar el clímax de la vida!
Pero no lo encontraba. No daba con el camino. Seguía inmerso en mi propia oscuridad. En una oscuridad fatal que me llevó a vagar por los laberintos grises y fríos de una vida sin identidad.
Quería identificarme con algo y busqué los placeres, pero en vez de marchar hacia la luz, bajaba a más negras profundidades, a más densos fríos.
En vez de ir encontrando un apoyo donde afirmar una respuesta concreta a la vida, me sumergía en un tembladeral que me asfixiaba y me saturaba con olor a muerte, a resaca…
Y viví el hastío, el odio, la amargura.
Y me fui poniendo las caretas que encontraba a mi paso para sentirme alguien, pero no me conformaba, seguía siendo un “Don Nadie”.
Todo se desmoronaba a mis pies. Y el barro que me salpicaba me hacía mirar hacia arriba para no ver mi desgracia ¡Tal vez con otra careta, la vida se transformara!
Sombras y más sombras. Dolor y más rabia. Asqueado hasta de mí mismo, iba camino a la nada…
Pero un día amaneció con un rayo de esperanza.
Una Biblia entre mis manos, bendita Palabra Santa.
Que me hablaba de Jesús y de su muerte vicaria.
De un Dios que nos ha creado para hacernos de su raza.
De un Cristo que vino al mundo para limpiarnos el alma.
Y darnos la identidad que el pecado nos robara!
Gloria a Dios por su Don Inefable!
Aleluya…por su amor y su palabra!
Sí, he vuelto al equilibrio de una vida cimentada sobre valores eternos.
Porque mi Dios dijo: “YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA”
“YO SOY LA LUZ DEL MUNDO”
“PORQUE DE TAL MANERA AMÓ DIOS AL MUNDO (a mí y a vos) QUE HA DADO A SU HIJO UNIGÉNITO (JESÚS) PARA QUE TODO AQUEL QUE EN EL CREE NO SE PIERDA, MÁS TENGA VIDA ETERNA” (S. Juan 3:16)
Y sí, ahora se quien soy yo: un hijo de Dios que va, rumbo a la patria del alma!

Ministerio “JESUS AL MUNDO”
Junin, Bs. As., Argentina.

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